(la foto es del Cielo de Cartulina hecho en el taller de Astronomía, lo que brilla es el sol entrando por uno de los agujeritos que hicimos...)
Aquellas tres estrellas que van en fila la una detrás de la otra son Orión. Muchos las llaman las Tres Marías. Beltenguere y Belatrix son aquellas otras dos tan brillantes que les hacen escolta a un lado y al otro. Más abajo está Sirio, la estrella que mejor se ve entre todas las de la noche. La roja aquella es Aldebarán, el ojo del Toro. Y aquel grupito pequeño que centellea sonriente y lleno de misterio, aquel grupito que parece más lejano que los otros, son las Pléyades.
Mira Cástor y Pólux. Las estrellas hermanas que siempre están juntas.
Y mira allá lejos Casiopea, y al otro lado el Cisne.
¿No son nombres bonitos y fáciles de retener? ¿No te dicen muchas cosas?
Me pregunto por qué nadie conoce las estrella. Por qué nadie las mira, estando como están ahí, al alcance de la mirada, al alcance del corazón durante todas las noches de la vida. Creo que éste es un signo de insensibilidad.
Es más fácil hablar con las estrellas por sus nombres y retener las formas de sus constelaciones que estudiar todo lo que se estudia en los libros de las escuelas. Y sin embargo, muy pocos conocen las estrellas.
Si en la tierra de los hombres preguntas por tal o cual estrella, te mirarán como a un loco y te dirán que ellos no saben, no se ocupan de cosas inútiles.
Es más, no saben ni en qué fase de luna, aún cuando la luna esté llena. Ya no viven en la tierra.
Julio Villar,¡Eh, Petrel!, Cuaderno de un navegante solitario. pág 53
Editorial Juventud. Barcelona.1974
Cuando Julio me dedicó su libro en Lanzarote, hace un par de años, lo leí con furia a veces , con calma otras, y sin poder sostener las lágrimas calientes, casi siempre.
Siempre que el viento traía kalima del Sahara.
En su dedicatoria me aseguraba que detrás del horizonte siempre hay una isla con la gente risueña y el cielo está azul. Y su deseo era que la encuentre.
Me fui de la Isla de Lanzarote, y pasó el tiempo.
El viernes pasado o el sábado, ya no recuerdo, encontré ese cielo (en un lago)
azul y la gente riendo en Capilla del Señor, Argentina. Un lugar que se llama La Reserva.
Un campo con un lago, un puentecito y un cielo inmenso con la luna en su trono.
Pasaron muchas cosas en ese sitio, se desarrollaban las primeras Jornadas de Educación por el Arte en contacto con la Naturaleza, con gente maravillosa, reunida para iniciar algo, que quizá se dé o quizá no, pero fue válido lo que pasó.
No sé por dónde comenzar a contar.Pero intentaré mostrar aunque más no sea, un pedacito de ese cielo, que me deseaba Julio en su cuaderno de Navegante Solitario alrededor del Mundo.
( En las fotos:arriba el pedacito de cielo que hicimos con Horacio Tignanelli en el taller de Astronomía; el sol bajo el alero;Juan Giraud y Nicolás Ferreyra, haciendo contact ball; Franco (el florentino del grupo) mirando por el nadiroscopio el cielo de las antípodas; el horizonte según nosotros, y Mirta Collangelo, al fin de su taller de Literatura, bendiciendo a sus alumnos con la bendición del dragón de Gustavo Roldán.)